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Antes de que Carabanchel fuese proclamado en 2023 por la revista Time Out como el tercer mejor barrio del mundo para vivir; antes de que su vecindario acuñase con orgullo las reivindicaciones «This is not Soho, esto es Carabanchel» y «Das ist nicht Berlín, esto es Carabanchel»; antes de que, en 2019, la hoy internacional Sabrina Amrani abriese la primera galería de arte en el barrio -y de 600 m2-, y eclosionaran estos espacios en las antiguas naves industriales del polígono ISO y aledaños, donde, desde 2021, figura VETA, la más grande de Madrid; antes de que con tanto artista afincado, entre conciertos, certámenes de cine, danza y teatro, talleres, salas de ensayo y fábrica de cerveza incluida, terminasen por levantar la Asociación Vecinal Carabanchel Distrito Cultural, con más de 290 integrantes y festival propio... Antes, mucho antes de que Carabanchel fuese «esta nueva moda» como zona del mayor boom en España entre lo cultural y lo especulativo -con un aumento del 19% en el alquiler y del 14,1% en la venta de vivienda en 2024- que también amenaza su supervivencia, ellos ya estaban allí.
«En aquella época, poner una sala en el barrio era una locura, aquí no había nada», rememoran. El dúo artístico formado por Nacho Bonacho y Eva Bedmar, puntales del distrito 11 y entusiastas tenaces en la escena alternativa de Madrid, celebra 25 años de la fundación de la compañía teatral Tarambana y 20 de la inauguración de la sala con el mismo nombre, en una de esas calles estrechas de cuatro alturas y ladrillo rojo de la (ya no tan) periferia, donde recibe a GRAN MADRID.
El propio aniversario es ya mérito, pero ostentan otros dos: el de plantarle cara a los fastos del centro durante un cuarto de siglo, desde una existencia teatral singular, quizá tan cheli como el propio barrio obrero, y con el género familiar y comprometido por bandera, y el de haber desbrozado un camino que es galaxia, de la que el mismo Ayuntamiento de Madrid presume como «hervidero cultural de marca propia». No es poca cosa.
«Cuando estrenamos la primera obra, Gaia, Diosa Tierra, había que crear una compañía y me gustaba mucho la palabra tarambana. La decían mucho los abuelos: 'Este chico es un tarambana', que es una persona alocada, sin juicio. Yo quería una palabra loca, porque para estar en el mundo del teatro hay que estar un poco loco, porque si no, esto no lo aguantas, tan inestable, tan loco...», relata sobre esa actitud que les define la actriz y directora Eva Bedmar, todoterreno que, además, diseña la programación, y se formó como educadora de jardín de infancia. «Nos tildaron de locos a todos. Todavía pasa ahora, aunque mucho menos, pero nos decían: '¡Anda, Carabanchel!'», imita aquellos bufidos Nacho Bonacho, actor, músico y hoy obligado a capitanear en exclusiva las tareas de producción y gestión. «'Pero si estás al lado del centro', decíamos. En aquella época era muy difícil para la gente entenderlo». Añade Bedmar: «Era como que nos habíamos ido a las afueras». Y sentencian: «Que estemos en Carabanchel no es casual. Somos de Carabanchel». Pero no sólo se instalaron por las raíces, sino porque es donde había que estar. El tiempo lo ha confirmado.
«Aquí siempre hubo mucha inquietud artística, no ya sólo por Rosendo, había mucha iniciativa musical. Lo que pasa es que es un barrio que también se ha dejado de la mano de Dios, siendo el más poblado de Madrid. Los centros culturales siguen siendo pésimos de calidad, horribles para las artes escénicas. Pero ¿qué tiene el barrio de especial? Su gente, que ha querido apoyar la cultura siempre», destacan. Hoy, además de la programación semanal, tanto para adultos como familiar, Tarambana acoge a compañías de toda España, continúa con la música en vivo y, desde 2018, con el Centro Inclusivo de Artes Múltiples (CIAM), otra de sus enseñas -junto al Festival Visibles; en su 10ª edición-, a propuesta del académico Manu Medina y cuya escuela, en el local T3 de la misma calle, dirige Juan Expósito. Más mermada tras la pandemia, pues capearon el Covid y, antes, la crisis de 2008. «Ha habido altibajos, que te dan ganas de... Al final te levantas, es una lucha continua. Pero siempre merece la pena».
Recuerdan que por aquel 1999 era «muy difícil traer a la gente de teatro aquí y al vecino, también, porque no era de teatro». ¿Cómo les conquistaron hacia el local diáfano de 216 m2, antigua escuela de danza de Juan Carlos Santamaría, y sin el graderío y el equipo actuales? «Con el bar, porque a la gente de Carabanchel sí que le gustan los bares y la música. No teníamos ninguna ayuda al principio y fue nuestra salvación. Y por la autoexplotación, porque ya sabes que las salas...», recalca Bonacho, sobre aquella época de «dar palos de ciego» e ir profesionalizándose. Mientras que el actor Ángel Jodra (El pueblo), parroquia fiel de Tarambana, hacía de cuentacuentos o la compañía ofrecía recitales antes de exhibir el primer espectáculo, al tiempo que giraba por las escuelas de España con Gaia, Diosa Tierra, el encargo que terminó siendo la obra que más han representado y embrión de Tarambana, a partir del grupo de teatro de la EMT donde se conocieron.
Hacia 2007 comenzaron a recibir ayudas públicas, pero ya colgaban no hay billetes. «Con la complicación que tenía Carabanchel para atraer gente, de repente esto se llenaba. Hacíamos doblete, función golfa a las 23.30 horas y se petaba. Estaban Ana Morgade, Carmen Ruiz [Deudas, Amar es para siempre]... Muchos que empezaban y estaban con nosotros». Igual que Esperanza Pedreño (Poquita fe, Camera Café), Mario Zorrilla (El secreto de Puente Viejo), Inma Cuevas (Vis a Vis) o Iván Massagué (Parot), entre una cantera que nutre la escena y las series españolas o compañías profesionales que son la base de la escena. «Es lo que le digo a la Junta Municipal: no nos están haciendo un favor, lo que estamos haciendo es crear cultura desde hace 20 años», reivindica Bonacho.
De hecho, a través de sus producciones propias de teatro familiar (Mis queridos monstruos, La Princesa Ana, Emoticolors...), también han podido comprobar cómo evoluciona la sociedad, pese a lo denostado del género. «La gente se cree que el teatro infantil son cuatro tonterías», critica Bedmar. «Yo siempre busco lo problemático o de lo que no se quiere hablar, pero que se tiene que enfrentar en algún momento», y tercia Bonacho: «No es sólo ocio ni mucho menos, es una herramienta para la vida». Con la que constataron, tiempo atrás, que aún faltaba por remar, por ejemplo, en diversidad LGTBIQ+, con «una familia que empezó a gritar y sacaron al niño» en las funciones en Condeduque de La Princesa Ana -el príncipe soñado tras la rana aquí es mujer-. «El Ministerio de Igualdad nos premió, pero luego era difícil venderla porque los ayuntamientos decían: 'Es que se nos echa la gente encima'. Pero era necesario hablar de ello».
También de una preocupación vital, sobre la que Bonacho insiste como presidente de Carabanchel Distrito Cultural: el riesgo de que este tesoro artístico levantado por su vecindario «se convierta en parque de atracciones y no haya barrio al final», alerta. Con el boom, aterrizó «el desfase inmobiliario y la mierda de los fondos buitre, que han entrado a saco», explica. «Se lo llevo diciendo hace tiempo a la Junta Municipal, con la que hay muy buena relación, pero que esto lo tienen que controlar, porque si no se va a ir todo al carajo».
Ya luchan por blindar el ISO de las licencias urbanísticas. «Edificios enteros se venden para Airbnb. Muchos políticos dicen: 'No se puede hacer nada'. Pero cortadlo, coño, que estás cargándote los barrios, a la gente de toda la vida». Esa que, como Tarambana, contagia su riqueza cultural y popular con la fuerza de los virus incurables.
Un equipo de casi 20 tarambanas
Intérpretes, técnicos, taquillera, camarera, encargados de producción y distribución, contable, músicos, vestuario... conforman la 'familia' que sostiene la compañía y la sala que fundaron Eva Bedmar y Nacho Bonacho, y con la que han alumbrado casi una veintena de espectáculos propios, como 'Tullidos' (2018), su primera obra desde el CIAM (arriba), o han girado por España y en campañas escolares (arriba, en un tren medieval a Sigüenza).